miércoles, 25 de marzo de 2015

Bronce

Aquí nos partimos la cara por nuestras metas, por nuestros hermanos y por cada noche que el alba se bebe en vaso de tubo. La suerte queda en manos del cobarde, del perdedor. La suerte vive en la mente de los que no luchan, los que no pelean por alcanzar los galones de los que presumen. La vida son dar palos y recibir más aún, caer para volver a caer, romper la imagen del espejo y ver el reflejo opaco. 

Con los orígenes presentes, como siempre, el que olvida su cuna vive vacío. El cristal de la ventana brota un nuevo amanecer que me repugna más que el anterior, me recuerda el yugo y la soga a la que estamos condenados. Perdiendo la ilusión por el día a día me di cuenta de que un verso vale más que un halago, que arrancar una espina cuesta más que alcanzar una rosa y que, en ocasiones, ninguna merece la pena. Que puede salir de un ser que se mantiene por inercia, que piensa en sepia y reacciona prosa. Que puede salir de los suburbios de mi mente, de un Vietnam continúo que explota cada 24 horas contra mi propio yo. Un big bang que desencadenó desde el niño que fui al roto que escribe hoy estos párrafos cuando el insomnio atrapa. Si lo hice mal, lo sé, nunca lo negaré. Lo complicado es reconocer en este mundo de egos y menosprecios, donde vale más lucir cara bonita que ganarte tus logros. Valientes.

Niños que no saben como crecer, jóvenes perdidos en el fracaso de no ver un futuro agradable, adultos que se desahogan con un trago lo que tragan en un día de rutina. Hombres que gira sin empuje, que vacilan de ser poderosos a pesar de encontrarse rotos en el espejo. Lo importante es patentar un estatus, creerte alguien, da igual quien, alguien. No mirarte a ti mismo, conocerte es difícil y nadie va a aguantar que seas distinto. Es ese puto amanecer, que repugna más que el anterior.

Después de la tormenta no siempre llegó la calma.