miércoles, 19 de noviembre de 2014

Antisocial

Yo, mi guerra interna, mi Vietnam, mi propio yugo. Lo tengo asumido. Odio. Esa es la puta palabra grabada a fuego desde que era un crío. La desconfianza, el olvido, la presión que sostener cuando recae en ti la responsabilidad. El amargo sabor de un beso que cae en el olvido, la ternura con la que un padre se parte la cara por darle un plato de comer a su hijo. 

No hay conciencia. Sobran palabras, faltan hechos. Son mis propias contradicciones escritas en prosa. Son los dardos de la diana que solo se centra en el hoy y el ahora. Valores no quedan, miramos cabizbajos el futuro que nos venden. Nos abrieron puertas y las cerramos, joder, no queremos ser como ellos. No se equivoquen, no nos falta ambición. Nos vamos a partir la boca una y mil veces; por principios, por la sangre de nuestra sangre, por unos labios, porque no queremos un puto límite impuesto, porque apreciamos la belleza del fracaso y porque sabemos que la noria de la vida siempre gira en la misma dirección. Vivir con la certeza de que no hay certezas, con la única religión que impone la filosofía del parque. Porque las verdades más puras y admirables no salen en los libros, la poesía no se plasma en un papel, está ahí fuera. Lo agradable no es solo dulce, porque nos gusta lo amargo y repetir. 

Lealtad a fuego como Montana. Prosa e ideales como Lorca. Todavía me la juego a solas con la malta, mi caos. Sácame de esta ruina o ven conmigo.
El cielo tan lejos de aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario