viernes, 22 de mayo de 2015

Y al tercer día le traicionó

El miedo venció a la lealtad de los cobardes. La traición en bandeja de plata fina con la daga de los miserables, ¿Cómo vender tu infancia y a tu familia de distinta sangre por alcanzar el oro? La recompensa manchada de barro, jamás merecido la pena.

Aprendimos que la humildad y la fidelidad en nuestra familia sería eterna, que el tiempo y su puta rutina no acabarían con ella. En el barrio nunca hubo cabida para el oro, nos conformamos con el bronce. Y orgullosos de ello, nunca diremos lo contrario. Sabíamos que aquello de "los mejores" no era para nosotros y que el doble filo de los halagos no haría mella en nuestros ideales. Crecimos entre malta y al vals de la luna, aquel parque era testigo de que el paso de los años no ponia punto final a un sin fin de borracheras y noches malditas. Nos partiriamos la cara por defender los principios y valores de los que jamás presumimos. Nos fundiamos en coraje y rabia para reclamar lo que nos mereciamos, nunca más de lo que nos mereciamos, lo juro. Era nuestra guerra contra un mundo en el que los incomprendidos y mal vistos como nosotros no tenía un hueco donde demostrar lo que valían. Pero eramos consciente y nos encantaba. Sentados en bares y parques discutimos y criticabamos lo que nos daba la gana, a quien nos daba la gana y a veces incluso sin motivo alguno. Era nuestra libertad de expresar que lo que veiamos a nuestro alrededor no era para nosotros, jamás fue un delito y nunca nos reprimimos por ello. 

Aquella noche la lealtad tuvo un precio. El cielo se vistió miserable y las ratas olvidaron su pasado. Por aspirar alto vendió lo más sagrado a lo que juramos lealtad. Vendió su infancia, su familia y sus principios. Renegó de su pasado y olvidó sus orígenes. Mancilló lo que el parque había visto fundar. Aquel miserable se vistió de judas para apuñalar al hermano del que siempre tuvo ayuda. Al tercer día, le traiciono. 

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