domingo, 6 de julio de 2014

Relatos (1)

Se levantó aturdido, con la vista nublada y aún con síntomas de embriaguez. Fijó la mirada en la ventana y contempló el horizonte: bloques de piso y luces difuminadas en aquella medianoche oscura. Junto a la mesita de noche encontró su ropa al lado de algunas botellas de licor vacías, había tocado fondo. A duras penas logró sacar una pierna de la cama, el sol se reía de él desde la lejanía y las sábanas le suplicaban que volviese. Se sentó en el borde y sacó un cigarrillo, lo encendió y dio un par de caladas, fuerza suficiente para levantarse completamente. 

Allí estaba ella, su pelo desprendía olor a pecado y sus curvas se prolongaban a lo largo de la cama. Sus piernas llegaban hasta el infinito mientras que sus brazos mostraban una piel suave, era una diosa. Aquella respiración lograba una relajación mayor que las olas del mar o el silencio, sus ojos en entredicho, pestañas perfectas y labios sin filtros. Nunca fue un entendido de la literatura o la música, pero supo apreciar la lírica de aquellos labios y la poesía de esos ojos. Su ropa aún pendía del pomo de la puerta, la noche fue muy larga y aún dormiría un par de horas. 

De pie y sin prisa aquél muchacho volvió a darle una calada al cigarro, abrió la ventana y dejó que la brisa nocturna acariciase su barba. Miraba a las personas desde allí, todos tan tranquilos sin saber que en aquella habitación hubo una de las más sobresaltadas guerras. El mundo era suyo, se sentía el rey.

La chica abrió un ojo y sonrío: 

- Aún sigues aquí.

El chico respondió con una sonrisa.

- Pensé que no estarías, me dijiste que esto no sería amor. Dime, ¿Qué es?

Y le lanzó aquella mirada que le había encandilado horas antes, una mirada que derretía el hielo de las copas y atravesaba las retinas de cualquier hombre hetero.

- No es amor, esto es real.

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