domingo, 9 de febrero de 2014

Culpables.

Se me parte el alma, no lo soporto, que enfrente de mi ventana se disputen una migaja de pan que llevarse a la boca, no lo soporto. Aborrezco el dolor ajeno, porque en ocasiones lo siento propio, tan propio como en aquél momento en el que salí por la puerta y vi como una madre con sus dos hijas se peleaba con un anciano por una misera barra de pan, que tiró mi compañero horas atrás. El cielo clama venganza. 

¿Cómo le explicas a un padre sin esperanza, que sus hijos tienen que crecer rebuscando entre basura y escombros? ¿Cómo le explicas que son sus hijos los que trapichean con drogas para llevar el dinero a casa? ¿Cómo le explicas a tus hijos que no pueden llevar una vida, cuanto menos humilde, por culpa de hombres trajeados? ¿Cómo le explicas que no van a tener las mismas oportunidades que los demás niños de su edad?

Son los críos los que pagan las consecuencias de las acciones presentes, son ellos los que con 15 años merodean el barrio, utilizados por adultos sin escrúpulos, para llevar a cabo la venta de droga. Los que reciben dinero para sus familias a cambio de declararse culpables de esas ventas, los que tienen que convivir con el dolor de una familia rota, padres borrachos o malviviendo en espacios estrepitosos. Son ellos. Los que luchan por escapar del barrio, pero están unidos a él por sus familias. Los que deberían estar en la escuela y dándole patadas a un balón, están rodeados de jeringuillas y ruina. La amistad es uno de los pocos valores nobles que poseen, de las pocas.

Dios aprieta pero no ahoga, explícaselo a ellos.




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