martes, 28 de octubre de 2014

Solo calma

Tercos, atroces y en ocasiones horribles. Una sociedad de déspotas que crecía entre palos y heridas, sin imaginación y sin hora de vuelta. Con la coartada de ganar respeto a base de peleas. De hundir al otro y acabar en la cima, para caer por propio peso. Nunca me gustó la armonía del éxito, siempre preferí respirar humildad. 

No teníamos encanto alguno, ni tan siquiera labia. Condenados a la vida entre farolas y el humo de los adultos. Los bares nos atrapaban, mientras que el parque era la escuela. Los libros nos enseñaron a ser brillantes, pero no a ser personas. No era envidia, era odio ajeno. Crecer era sencillo en la escuela del "no podrás". Aprender a olvidar sin perdonar, de afrontar y nunca huir. Madurar era una ofensa, nadie quería ser adulto. Los adultos odian y se esclavizan. Creerme, he visto a jóvenes en mi generación con más valores que esos inhumanos. 

Si pienso en mí día a día solo oigo el ruido de la cafetera y mi guerra interna contra mí mismo. Insoportable. Agonía provocada por el insomnio y la doble malta, por la persuasión del canon. Estigmas en mi cuaderno de bitácora. Escritos entre botellas de ron añejo. Quedaros con vuestros topes, yo soy mi límite. 

"Sácame de esta cloaca o púdrete conmigo"



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