sábado, 7 de septiembre de 2013

No es un adiós, es un hasta luego.

Las despedidas apestan.

Quién me dijese hace un par de meses que mi futuro era irme a Cuenca a estudiar periodismo, le tomaría por un loco, por un demente. Y será que los locos dicen la verdad, porqué en pocas horas parto para allá, sin conocer a nadie, sin conocer nada, sin amigos, sin familia y creo que sin ganas. 

Esta vez os escribo desde la cama, agarrado a la botella de Bezoya y con una resaca de tres pares que mantiene a mi cabeza en un Big Bang continuo. 

La verdad es que de las pocas cosas que me apetecen hacer en días como hoy es eso, escribir. Es un vicio tan poco común como costoso, tan relajante como un solo de saxo de John Coltrane y tan entretenido como los viejos duelos entre Jordan y Magic Johnson. Y creo que debido a ello, a esa pasión por la escritura, he decidido dejar mi casa y mi gente para reencauzar mi vida y sentar la cabeza de una puta vez, o por lo menos volver a intentarlo. 

Cuesta ser positivo sabiendo que todo va a cambiar, que seguramente más de uno se olvide de mi existencia, que es poco probable que cuando vuelva todo siga igual. Ojalá y el de arriba me haga equivocarme o que se apiade de mi si tengo razón. 

Tampoco pienso ser negativo, de alguna manera esto me hará olvidarme de la mierda que me rodea y conservar lo positivo, intentar alejar los recuerdos que me taladran la mente cada vez que paseo por este tan querido como apestoso pueblo. Los lugares que me retraen a momentos pasados que no quiero recordar, no quiero recordar, no quiero. Los momentos buenos se impondrán, algún día, a ellos. El parque, las noches legendarias, mi gente se impondrán a aquellas sonrisas y aquellos labios y conseguiré despejar mi mente y vivir algo más en calma.

Vidas de locos desde el 94.  


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