domingo, 1 de septiembre de 2013

De vuelta a los orígenes.

"Recuerdo que de crío con un abrazo ya hacias las paces, hoy las cosas no son fáciles"

Volver al pueblo siempre significa volver a la más tierna niñez, recordar tiempos de críos, tiempos felices, sueños de unos niños que vivían aventuras y risas entre la tranquilidad del verano.

Esta vez os escribo sin música de fondo, ya que en el pueblo del que os hablo no llega la electricidad. Tampoco lo escribo a ordenador, como las anteriores entradas, sino que recurro al tradicional boli y papel y su color marrón debido al paso del tiempo.

El nombre de esta humilde aldea es algo insignificante, tan insignificante que por mucho que busquéis en mapas o navegadores, jamás daréis con él. Alrededor de unas 14-15 casas y tan solo 9 o 8  de ellas ocupada, esta aldea se encuentra sumida en el interior de un valle perdido de la mano de Dios y rodeado por los frondosos pinares de las colinas de Sierra Morena.

A este perdido y aislado lugar, llegué por primera vez con apenas 2 meses de vida. Como es de comprender, de aquellos tiempos tan solo tengo recuerdos a través de viejas fotos distribuidas por cada uno de los rincones de la casa, pero ya tenía cara de disfrutar. Desde entonces, y como costumbre y tradición, todos los veranos y algún que otro festivo, acudimos a la llamada del pueblo a buscar la tranquilidad y buena vida.

Según pasaban los veranos, y como nos ha pasado a todos, me fui volviendo más cabroncete y `avispaó´. Si a eso le unimos a dos o tres chavales en mis mismas condiciones, encontramos las conocidas como "Travesuras de crío". Algunas inofensivas como colarnos en la única casa que tenía piscina por aquel entonces, hasta que el dueño se levantaba de la siesta y nos echaba a patadas. También le robábamos los tomates de la huerta al bueno de Nicasio para poder merendar.

Otras eran más crueles, como llevar a cazar gamusinos a los niños pijos que venían a pasar el fin de semana con sus abuelos. También hacíamos desbordar el río poniendo piedras y dejando a las pobres ovejas muertas de sed. Unos cabroncetes, pero buenos chavales en el fondo.

Actualmente y con mis 19 años a la espalda, las cosas por aquí han cambiado. Los niños con los que compartía los veranos ya no suelen venir por aquí, debido a que sus abuelos falleciéron o simplemente porqué la idea de pasar varios días sin Internet ni TV les parece atroz.

Por mi parte sigo acudiendo fiel a la llamada veraniega del pueblo, sigo paseándome un día y otro esta entrañable aldea de arriba a abajo y sus enormes montañas para contemplar que todo sigue igual. Continuo bañándome en la charca de siempre, donde solíamos coger mejillones hasta que nos espantaban las culebras, sigo persiguiendo cada ciervo o jabalí que encuentro entre los pinos e incluso sigo robando algún que otro tomate al bueno de Nicasio, aunque esta vez con permiso.

Por mucho que me queje de esta humilde vida en el campo, el estar aquí me lleva de nuevo a la niñez, a mi querida niñez. Me lleva al niño cabrón pero buen chaval que era, y eso me encanta.

Dios bendiga la aldea de Ventillas y a su gente.


"El tiempo pasa, pero nos mantenemos fieles y eso es lo que importa."

No hay comentarios:

Publicar un comentario